“la música me abre secretos
que ahora están dentro de mí”
que ahora están dentro de mí”
Llenazo en la Romareda. Dos horas y media de concierto. De Héroes, sin telonero alguno. ¿Para qué? Nadie iba a acordarse de nada de lo anterior. Había que dejar sitio en la memoria para empaparse de cada gesto, de cada estribillo, de cada paseo por la pasarela entre el público, de las trayectorias de baquetas y púas, que como siempre, le tocan a otro afortunado desconocido.
Ronda de calentamiento de cerveza y copas en casa de mi hermano antes de ir, mientras en el exterior llovizna y tememos lo peor. Al final, el cielo se portó y sólo cayeron unas gotas. En los alrededores del estadio nos juntamos con más gente y entramos. Hubo un momento de tensión cuando vimos que habíamos entrado por la parte del fondo y no se veía separación alguna entre la zona preferente y la normal. Vimos la valla, enseñamos nuestra pulsera que nos identificaba como guays del Paraguay y pasamos.
Pillamos un sitio más que aceptable a la izquierda de la pasarela, bastante cerca del escenario, y equidistante con la plataforma central. Cerveza cara, bastante, para ser sólo Ambar (cuando cuesta 7’5€ un vaso de cerveza: sólo es Ambar). No obstante, sacamos unos cuantos litros.
Ni sé cuántas fotos hice. Bueno, sí que lo sé, pero no lo digo. El caso es que, como imaginaba, muchas fotos serían para eliminar por borrosas o por sosas, pero me ha quedado una más que aceptable colección de fotos de la noche (que venga la SGAE que se las enseño). Pero lo que está de coña es el vídeo, sin sonido, pero te partes el culo viéndonos a todos cantar y saltar (sobre todo alguno). Y es que no era para menos, el concierto fue… digamos que fue el concierto. Tengo ahora muy difícil identificar el mejor concierto que he ido, pero creo que compararlo con el de los Who y uno de los Rolling Stones habla muy, muy bien de la noche. Emotivo especialmente para Héctor, :P, que era la primera vez que entraba en la Romareda y saltó al campo (o lo que dejaron de él, ejem, que hubo quien se llevó césped).
Nos tomamos después una ronda de sidras, tirada por todo quisque (y por todas partes), en Gran Vía. Nos fuimos a una fiesta de Héroes del Silencio, en la que no había ni un alma, pero las copas costaban cuatro euros, y cuando acabamos embotados, perdí una lentilla y nos quedamos sin pasta, volvimos dando tumbos a casa. Primera noche de cuatro superada. Pintan bien estas fiestas…