jueves, 5 de junio de 2008

El invitado de la 108


El lunes por la tarde llegamos a Barcelona, dejamos las maletas en el hotel, y nos fuimos a tomar una caña a una terraza. Quedamos después en Santa María del Mar con los compañeros de centro y norte, con lo que fueron mis primeras presentaciones, fuera de la oficina, alrededor de unas cervezas. Me alegrué al conocer a otros dos becarios, ambos más mayores que yo. Cenamos en un griego y fuimos a un bar con unos sofás increíbles, tipo chaise longue, a tomar unos gin tonics rodeados de nórdicos noctámbulos apurando sus mojitos. A las tres esparcía mi ropa por la habitación y me dormía entre sábanas almidonadas.

El sol asalta e invade mi cuarto cuando me suena la alarma del despertador. Bajé el primero a desayunar. Café, zumo y media docena de churros para mí es más que suficiente, muy a pesar de la variedad del buffet. Algo me dice que no voy a pasar hambre. A las nueve y cuarto devolvíamos la tarjeta de la habitación y a las diez, todos los invitados a la convención (lástima, no hay ningún becario más) salíamos juntos en autobús hacia un destino guardado en el más absoluto secreto.

A mediodía, nos acomodaron en la sala de reuniones del hotel. Las charlas se alargaron lo suficiente para pasar de la silla del comedor a la del salón de conferencias, nuevamente, sin pasar por las habitaciones. A las 20h, una hora más tarde de lo previsto tras un debate más o menos acalorado, al fin, se acabaron las conversaciones de trabajo. En el pasillo, en la puerta de la 108, me topé con el servicio de habitaciones que venía a abrirme la cama. Me dejaron, entre otras, una bonita tarjeta de buenas noches (será mejor leerla ahora que cuando me vaya a acostar). Me puse el bañador, cogí el abornoz y las zapatillas blancas de baño y bajé al spa. Piscinas, hidromasaje, jacuzzi, saunas (¡de eucalipto!)… mi mente está tan en blanco que he olvidado todo lo aprendido esta tarde. Una vez cambiados, los invitados fuimos reuniéndonos en el comedor para el cóctel de las 21:45.

Aperitivo del Chef
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Rodaballo al horno con salsa de marisco
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Carré de cordero relleno de setas con salsa de vino tinto con patata y bacon
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Góndola de piña con crema quemada
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Coulant de chocolate negro y helado de bicuit crocanti

¡Vivan los novios!

Por supuesto, todo acompañado de vinos y cava del Alto Ampurdán. Mejor. Me han comentado que nos espera un karaoke de empresa después de cenar. Con los postres se reparten las chapas de colores. Cinco chapas del mismo color forman un grupo y una canción. No puedo perder. El jefe nacional tiene una del mismo color que la mía. ¿Qué canción nos toca? Aserejé. Ja ja. Somos los segundos en ser llamados al escenario. Joder, se me van a fundir los hielos. Además, necesitaba esa copa. No te acerques mucho al micrófono, o lo que fundirás serán los plomos. Al final, todo quedó en un intento de baile por nuestra parte, mientras que el jefe, desconocedor de la canción, era incapaz de leer la letra del ordenador, con mis labios a dos centímetros del micro (puedo distinguir mi cálida y dulce voz a través de los altavoces de la sala) y un despiporre generalizado. El que hace de Risto en el jurado nos da cinco vueltas (pobre, mañana ya no será de esta empresa). And the show went on. Discomóvil y barra libre hasta las tres. ¡Vivan los novios! ¡Viva!

Despierto con la alarma. Las cortinas sin echar, listo, otra vez. Me meto a la ducha y descubro que el gel es a la uva moscatel. Tiene gracia, yo ya llegué a la ducha oliendo a vino. El desayuno del buffet está repleto de salchichas y huevos fritos que irán a la basura. Eso sí, de las macedonias, las rodajas de kivi, naranja, los zumos naturales, los actimeles, y las tostadas de jamón ibérico con tomate y aceite, de esas viandas no quedará género cuando salgamos de aquí.

Nos agasajaron con una visita guiada de hora y media al teatro figuerense. El sexo sería pecado, pero no te fíes de las entrevistas que diera este señor, porque raro es el cuadro que no tiene pezones (Gala, querida, eres un misterio atropológico, pues como observó un compañero, muchos de los aquí dibujados proyectan una larga y espeluznante sombra). Comimos en un pueblecito encantador. Fue la única comida en la que coincidí sentado en la mesa con uno de mis dos compañeros, y fue unánimemente designada como la más escandalosa de la convención. La verdad que fue un no parar de reír. La conversación degeneró en una retahíla de comentarios, bromas, juegos lingüísticos, de dobles sentidos, picantes o escatológicos a un ritmo vertiginoso.

A las siete montábamos en el tren en Barcelona y comentamos las anécdotas de cada uno, de cada banquete, de cada conversación. Coincidimos en que fue acertado que no nos viéramos en las mesas siendo solamente tres, sin ninguna premeditación, porque nos mezclamos mucho mejor. Desde fuera, creo que mostramos un carácter abierto y natural.

No sé cuánto duraré aquí, pero me lo he pasado teta. (En el sentido no daliniano del término).

2 comentarios:

Anónimo dijo...

muy bueno...bestesssssssssssssssss

María dijo...

pero qué bien te lo montas!! un besazo!