Durante las prácticas en empresa en Bruselas, un despacho para mí solo me parecía un extra de ensueño, habida cuenta de que me movía en las profundidades de una novela de ciencia ficción. ¿Qué clase de don nadie cae en la sede de una multinacional, con cero días de experiencia laboral, tiene un despacho delante de un super-jefe (super-jefe que, por cierto, viene un día y te cuenta que estuvo cenando anteanoche en la Casa Rosada con el Presidente que vive en ella para hablar de negocios) dispone de dos portátiles en su mesa de trabajo, un armario con material de oficina, línea de teléfono propia, menú de invitado especial en el comedor de empresa, y acceso con su pase a más edificios que el grueso de los empleados del complejo industrial?
Pues un don nadie con una flor en el culo. Qué digo una flor, una secuoya gigante. Porque no me jodas, con una experiencia laboral como vendedor de periódicos, reponedor de supermercado, tamizado de Lacasitos azules, o recogedor de carros de supermercado, por poner varios ejemplos, me sentía como en Pretty Woman. En cualquier momento mi supervisor belga me pediría un francés debajo de su mesa, quizá una espagnolette, por lo del origen exótico, aunque voy bastante escaso de pecho, y no podría negarme.
Aún recuerdo a mis compañeros de mesa, lanzando esas miradas furtivas a mis entrecôts con salsa de grosellas mientras se comían a cucharadas las patatas hervidas, sin aceite y sal, que acompañaban a sus salchichas. Venga muchachos, que no están tan malas, y además mañana he visto que hay zanahorias como guarnición.
Empecé con un despacho para mí solo. Empecé con el extra. Desde ahí, todo ha estado por debajo: Por los tres sitios por los que ya he pasado (electricidad, trenes, gas) mi pantalla de ordenador ha sido, y sigue siendo, como la de un televisor a la venta en un escaparate. En el sector eléctrico pude comprobar cuánto ruido hacen, y cuanto calor dan, dos fotocopiadoras-impresoras de planta juntas. Ahora tengo suerte y sólo compruebo el ruido. Puedo dar fe, con mi panza, de que nunca he vuelto a comer igual. Aunque si, como dice mi hermano, una copa tiene tantas calorías como un chuletón, a lo mejor la panza no es fruto de mi incorporación laboral, sino de la integración local. Y en todas partes tuve que pedir llave a la encargada del material dándole justificación de todo lo que cogía (las pasé canutas al coger clips para limpiarme las orejas y no saber que en realidad se emplean para mantener folios unidos).
Además de disfrutar en la cumbre de unas inmejorables condiciones laborales, excluyendo el sueldo, una preocupación menor y banal, las actividades de los que me rodeaban en Bruselas me parecían todas muy selectas. Exquisitas, principescas, tal vez. No en vano creo que he citado ya el viaje a Argentina del super-jefe ¿no? Pues sus secuaces se movían en asociaciones internacionales, asistían citados como expertos a conferencias ¡como moderadores! Frecuentaban ministerios varios, acudían a complejos industriales europeos, y concertaban conferencias videofónicas internacionales. Hablaban con gente de todo el planeta para defender complejos informes que yo no entendía, pero que tenía que ser porque, nadando entre aquella flor y nata, yo era un trozo de queso de cabrales. Aunque lo encierres, el cabrales sigue oliendo. Sobre todo si la noche anterior hubo TD.
De entre todas aquellas maravillas, recuerdo una en particular, que me dejó un sabor de boca, cómo decirlo, como si yo hubiera liberado a Willy, o como si Berlusconi me hubiera llamado tras verme en un book. Encontré un documento en Internet en el que figuraba mi supervisor como participante en Florencia en un Foro europeo sobre temas eléctricos en representación de una de las asociaciones de las que era miembro. En dicho evento sólo pueden participar representantes de los ministerios para la energía, de los reguladores energéticos, y de asociaciones europeas muy conocidas. Mi supervisor era lo más. Me puse una foto suya en la carpeta y la llevé pegada contra mi pecho durante una semana mientras lanzaba suspiros de deseo.
Pues bien, la semana pasada se celebró aquí el evento equivalente en materia de gas, el jueves y el viernes, y acudimos los cuatro miembros de mi unidad. No uno, ni dos: los cuatro. Olé, pa ti pa tu primo. “International” pone en mi tarjeta, pero no es sólo para lucir. Sentadito en una mesa estuve comiendo con varios pesos medios del sector nacional, y a metros de otros del panorama europeo durante el transcurso del evento. Voilà, ma carte professionnel. Thank you, do not hesitate calling me. Un plaisir monsieur. Ha ha ha, that is so funny, you are killing me. Joder con Pretty Woman, si hace dos días estaba jugando a la pocha en la cafetería del CPS, saltándome cualquier clase que hubiera entre las 15h y las 17h, y ahora estoy tomando pinchos de diseño con Mr Bruckerin y con Ms. Fülzweiss. ¿Jugar al golf? Qué cachondo, el suizo, si eso es un coche, no un deporte.
Pues un don nadie con una flor en el culo. Qué digo una flor, una secuoya gigante. Porque no me jodas, con una experiencia laboral como vendedor de periódicos, reponedor de supermercado, tamizado de Lacasitos azules, o recogedor de carros de supermercado, por poner varios ejemplos, me sentía como en Pretty Woman. En cualquier momento mi supervisor belga me pediría un francés debajo de su mesa, quizá una espagnolette, por lo del origen exótico, aunque voy bastante escaso de pecho, y no podría negarme.
Aún recuerdo a mis compañeros de mesa, lanzando esas miradas furtivas a mis entrecôts con salsa de grosellas mientras se comían a cucharadas las patatas hervidas, sin aceite y sal, que acompañaban a sus salchichas. Venga muchachos, que no están tan malas, y además mañana he visto que hay zanahorias como guarnición.
Empecé con un despacho para mí solo. Empecé con el extra. Desde ahí, todo ha estado por debajo: Por los tres sitios por los que ya he pasado (electricidad, trenes, gas) mi pantalla de ordenador ha sido, y sigue siendo, como la de un televisor a la venta en un escaparate. En el sector eléctrico pude comprobar cuánto ruido hacen, y cuanto calor dan, dos fotocopiadoras-impresoras de planta juntas. Ahora tengo suerte y sólo compruebo el ruido. Puedo dar fe, con mi panza, de que nunca he vuelto a comer igual. Aunque si, como dice mi hermano, una copa tiene tantas calorías como un chuletón, a lo mejor la panza no es fruto de mi incorporación laboral, sino de la integración local. Y en todas partes tuve que pedir llave a la encargada del material dándole justificación de todo lo que cogía (las pasé canutas al coger clips para limpiarme las orejas y no saber que en realidad se emplean para mantener folios unidos).
Además de disfrutar en la cumbre de unas inmejorables condiciones laborales, excluyendo el sueldo, una preocupación menor y banal, las actividades de los que me rodeaban en Bruselas me parecían todas muy selectas. Exquisitas, principescas, tal vez. No en vano creo que he citado ya el viaje a Argentina del super-jefe ¿no? Pues sus secuaces se movían en asociaciones internacionales, asistían citados como expertos a conferencias ¡como moderadores! Frecuentaban ministerios varios, acudían a complejos industriales europeos, y concertaban conferencias videofónicas internacionales. Hablaban con gente de todo el planeta para defender complejos informes que yo no entendía, pero que tenía que ser porque, nadando entre aquella flor y nata, yo era un trozo de queso de cabrales. Aunque lo encierres, el cabrales sigue oliendo. Sobre todo si la noche anterior hubo TD.
De entre todas aquellas maravillas, recuerdo una en particular, que me dejó un sabor de boca, cómo decirlo, como si yo hubiera liberado a Willy, o como si Berlusconi me hubiera llamado tras verme en un book. Encontré un documento en Internet en el que figuraba mi supervisor como participante en Florencia en un Foro europeo sobre temas eléctricos en representación de una de las asociaciones de las que era miembro. En dicho evento sólo pueden participar representantes de los ministerios para la energía, de los reguladores energéticos, y de asociaciones europeas muy conocidas. Mi supervisor era lo más. Me puse una foto suya en la carpeta y la llevé pegada contra mi pecho durante una semana mientras lanzaba suspiros de deseo.
Pues bien, la semana pasada se celebró aquí el evento equivalente en materia de gas, el jueves y el viernes, y acudimos los cuatro miembros de mi unidad. No uno, ni dos: los cuatro. Olé, pa ti pa tu primo. “International” pone en mi tarjeta, pero no es sólo para lucir. Sentadito en una mesa estuve comiendo con varios pesos medios del sector nacional, y a metros de otros del panorama europeo durante el transcurso del evento. Voilà, ma carte professionnel. Thank you, do not hesitate calling me. Un plaisir monsieur. Ha ha ha, that is so funny, you are killing me. Joder con Pretty Woman, si hace dos días estaba jugando a la pocha en la cafetería del CPS, saltándome cualquier clase que hubiera entre las 15h y las 17h, y ahora estoy tomando pinchos de diseño con Mr Bruckerin y con Ms. Fülzweiss. ¿Jugar al golf? Qué cachondo, el suizo, si eso es un coche, no un deporte.
3 comentarios:
Veo que ya tienes conexión a la red de nuevo. ¿Ha reparado la conexión el vecino generoso?
Lo escribí en casa y lo colgué desde el trabajo :)
olalá!!!
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