Ayer en el supermercado, no se me ocurrió otra cosa (qué estúpido soy a veces) que levantar una lasaña que caducaba el 20 de abril y coger la de debajo, que caduca el 25 de abril, con la intención de tener algo en el frigo que me permita salir del paso un día en que cocinar sea lo último que me apetezca, y sin embargo, quiera echarme algo al cuerpo.
A mi izquierda, en el pasillo, una voz femenina decía algo en voz alta, pero yo seguía a lo mío, sin considerar que aquello me concernía en absoluto. Un amable señor me tocó en el hombro sacándome del ensimismamiento para indicarme que la señorita se dirigía mí.
- Monsieur, son todas iguales, ¿qué hace?.
- Ah no, no son todas iguales - respondí sabiendo ya por qué me decía aquello.
- ¿Ah no? - dijo haciéndose la sorprendida, y se acercó a comprobar aquella insólita respuesta.
- No, ésta caduca cinco días más tarde - yendo al grano, que me cierran el súper y me faltan de echar muchas cosas al carro.
- Monsieur, es la misma, y está deshaciendo el trabajo de los demás al moverlas todas, además de que eso no está bien.
- ¿Tiene algún problema? ¿Está prohibido lo que he hecho? Y he movido una sola...
- ¿Va a comerse la lasaña hoy?
- Por supuesto, por eso cojo la que caduca más tarde.
- Siempre igual, siempre los mismos. (Pausa y mirada envenenada a los ojos). Malditos extranjeros
Y la reponedora se fue mirándome a la cara y murmurando cosas. Es genial que te insulten en otro idioma, porque no se produce ningún tipo de reacción. Basta con desconectar el traductor automático y todo suena a ruido que reverbera fuera de uno mismo.
Varias personas, al oír la última pregunta, apuntaron que por qué no le dije que a ella qué le importaba, y probablemente tengan razón, es la respuesta más lógica, pero dije lo primero que se me ocurrió. Désolé.
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