Es grande y serio. Con un cuerpo desgarbado y una barba perezosa y fea por no afeitarse a menudo. Cuando le hablas te mira fijamente hasta que sus ojos giran, se dilata su pupila y notas cómo te enfoca. ¿Qué estabas diciendo? te dice con una mueca ladeada que quiere ser una sonrisa. Se sube las gafas frunciendo el ceño y no para de morderse las uñas. Intentas explicarle algo muy sencillo, pausadamente y con gráficos y no cesa de negar con la cabeza que él no cree que sea así, hasta que se pone la mano en la cabeza ocultándote de su vista mientras eleva la voz y dice 'noooo'. El silencio le deja reflexionar sus largos diez minutos, que son, en verdad, siglos de impertinencia. No deja de atusarse el pelo y hacerse rizos de cabello sucio con el dedo. Tiene dos brillantes gotas de sangre en la oreja por rascarse con fuerza. Son asquerosamente brillantes y no se secan durante mucho tiempo. No parece haberse hecho daño. Calma, respira, que el monstruo está pensando. Levanta la cabeza ufano, con su mueca ladeada, su sonrisa, y mirando a la pantalla del ordenador ríe y celebra que tienes razón. La sensación que recorre tu cuerpo es la de haberte librado, esta vez y por tener razón, de una bronca. Mejor así, cuidado con lo que dices delante de este gigante, y haz el favor, no seas tan insistente. Firmeza pero suavidad. En su cuarto hay libros de arquitectura de computadores, una silla de aeróbic y mancuernas con las que ejercitarse. Junto a la mesa un frasco de pastillas que rezan algo así como Hueble Hup. Medio lleno o medio vacío, pero se confirman tus sospechas: este tipo se medica. Su madre entra con los cafés belgas y un bol de bombones. Al final de la tarde él se ha comido todos menos uno, que te has comido tú. No obstante te pregunta si quieres el último Kinder Choco no sé qué. Para ti todo, majo, que te estás portando muy bien. Buen chico. Le preguntas si le apetece escuchar Ellington/Hodges y te afirma muy serio que no le gusta trabajar con música. ¿Te importa si me pongo los auriculares?. No, eso será lo mejor. Es raro oírle por encima de una melodía cantar durante diez segundos y callarse de repente. Lo hace durante cinco horas. Quizá oiga música. Te sientes más seguro al haber visto dos veces su apellido en dos buzones. Le preguntaste por esa curiosidad innata que Dios te dio, y ahora sabes que, que su hermano mayor viva en el piso de arriba, sólo puede ser un símbolo de unión muy bueno. O muy malo. La madre se excusó por el lamentable estado de la casa cuando llegaste. Disculpe señora, pero así son todas las casas donde viven jóvenes. Mentira. Tu casa no es así. No salió el sábado, no salió el viernes, no le gusta salir. Hasta mañana a las 9:30. Hoy no puedes quedarte a cenar con él, a pesar de que su madre te ofrezca de postre unos preciosos gofres con forma de corazón. Tienes que ir a la lavandería, o a donde sea. Ni loco te quedarías a cenar en esa casa. Ni a cobrar el gas volverías. Dale los corazones a tu hijo. De lo que se come se cría. Cacho gárgola.
Y sin embargo, no puedes olvidar que es tu compañero en el trabajo que tienes que entregar este viernes. El trabajo que no se acaba nunca, gracias a que el único que sabe programar optimización con restricciones de igualdad y desigualdad en Matlab es él. Estás en manos de tú compañero de prácticas.
Y esas manos están manchadas de chocolate y almendras.
Y sin embargo, no puedes olvidar que es tu compañero en el trabajo que tienes que entregar este viernes. El trabajo que no se acaba nunca, gracias a que el único que sabe programar optimización con restricciones de igualdad y desigualdad en Matlab es él. Estás en manos de tú compañero de prácticas.
Y esas manos están manchadas de chocolate y almendras.
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