Se acaba la semana, y con ella mi último fin de semana en Bruselas. Ha sido rara y agotadora, por los trabajos, por la falta de horas de sueño, por la independencia de la zona flamenca en televisión, por dejarme las llaves en casa de alguien, por las 48 largas horas sin ducharme ni lavarme los dientes, por escribir una carta que aun tengo sobre la mesa, por el acoso recibido en el móvil por una mujer, porque el Cointreau emborracha aunque entre solo, porque el Soho no es un gran sitio, porque el Centro Cabraliego sí que lo es, por la cena en casa de Cathleen y Antoine, por el cumpleaños de Gema, por seguir al pompón blanco y seguirlo en vano, por quedar para jugar a los bolos y acabar tomando copas, por haber perdido el reloj, porque mi compañero de trabajo es marciano, por improvisar totalmente una presentación en el curso de francés, por haber desayunado un Redbull y tres expressos, por las vaciladas a los trilingües de la fiesta del primero, por los cuelgues con mi vecino a medianoche, por la escasa y deficiente alimentación, porque las pelusas que corren por el suelo tienen el tamaño de un cojín, porque mi mp3 no me ha abandonado en ningún trayecto...
Ha sido una semana intensa llena de risas, de enfados, de bostezos, de despedidas, de besos...
No me gusta pensar que se acaba. Pero por desgracia, todo se acaba.
Ha sido una semana intensa llena de risas, de enfados, de bostezos, de despedidas, de besos...
No me gusta pensar que se acaba. Pero por desgracia, todo se acaba.
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